El teatro nació en Atenas, Grecia,
entre los siglos V y VI a.C. Los griegos veían las obras, pero no podía
asistir cuando querían. Las fiestas dedicadas a la tragedia tenían lugar en los
teatros en escenarios de piedra al aire libre. Fue en estos lugares donde se
elegían los mejores actores. Las presentaciones de estos festivales tenían una
larga duración que se prolongaba durante varios días y en ellas se solían
representar obras clásicas. El público acompañó las piezas durante cada una de
sus representaciones. En el escenario, los actores usaban zapatos de suela,
ropa, máscaras acolchadas de tela pintada, maquillaje, ornamentos e, incluso,
pelucas.
El teatro romano no se desarrolló hasta el
siglo III a.C. Aunque la producción teatral se asociara en principio
con festivales religiosos, la naturaleza espiritual
de estos acontecimientos se perdió pronto; al incrementarse el número de
festivales, el teatro se convirtió en un entretenimiento. Por eso, no es de
extrañar que la forma más popular fuera la comedia. El gran periodo de creación
dramática romano empezó en el siglo II a.C. y estuvo dominado por las
comedias de PLAUTO y TERENCIO, que eran adaptaciones de la
comedia nueva griega. La estructura de las piezas era muy dinamica y
del gusto del público, y además solían cantarse muchas partes de la obra.
Alrededor del final del siglo II d.C., el teatro
literario había entrado en declive y fue sustituido por otros espectáculos y
entretenimientos más populares. La Iglesia cristiana
emergente atacó el teatro romano, en parte porque los actores y actrices tenían
fama de libertinos, y en parte porque los mimos satirizaban con frecuencia a
los cristianos. Estos ataques contribuyeron al declive del teatro así como a
considerar a las personas que participaban en él como inmorales. Con la caída
del Imperio Romano en el 476 d.C., el teatro clásico decayó en
Occidente; la actividad teatral no resurgió hasta 500 años más tarde. Sólo los
artistas populares, conocidos como juglares y trovadores en el mundo medieval,
sobrevivieron y proporcionaron un nexo de continuidad.
En el siglo XI, la Iglesia comenzó a utilizar el teatro en
las masas, añadiendo valor al diálogo. Aparecieron en esa época,
representaciones religiosas como el nacimiento de Cristo. En la Baja Edad
Media, hubo varios tipos de representación, por ejemplo, las pasiones y
misterios dirigidos en espectáculos abiertos al público.
En el siglo XIV, el teatro se emancipó del drama
litúrgico para representarse fuera de las iglesias especialmente en la fiesta
del Corpus Christi y evolucionó en ciclos que podían contar con hasta 40
dramas. Algunos estudiosos creen que, aunque similares a los dramas litúrgicos,
los ciclos surgieron de forma independiente. Eran producidos por toda una comunidad cada
cuatro o cinco años. Las representaciones podían durar de dos días a un mes. De
la producción de cada obra se encargaba un gremio que intentaba que el tema tuviera
que ver con su ocupación labora, así los trabajadores de los astilleros podían, por ejemplo, escenificar una
obra sobre Noé.
La Reforma protestante puso fin al teatro religioso a mediados del siglo XVI, y un nuevo y dinámico teatro profano ocupó su lugar. Aunque los autos y los ciclos con su simplicidad parezcan estar muy lejos de los dramas de Shakespeare y Molière, los temas de la baja edad media sobre la lucha de la humanidad y las adversidades, el giro hacia temas más laicos y preocupaciones más temporales y la reaparición de lo cómico y lo grotesco contribuyeron a la nueva forma de hacer teatro. Además, la participación de actores profesionales en las obras fue sustituyendo poco a poco a los entusiastas aficionados.
El teatro del siglo XVIII era, básicamente, y en gran parte de Europa, un teatro de actores. Estaba dominado por intérpretes para quienes se escribían obras ajustadas a su estilo; a menudo estos actores adaptaban clásicos para complacer sus gustos y adecuar las obras a sus características. Las obras de Shakespeare, en especial, eran alteradas hasta no poder ser reconocidas no sólo para complacer a los actores sino, también, para ajustarse a los ideales neoclásicos. A El rey Lear y Romeo y Julieta, por ejemplo, se les cambiaron los finales trágicos por unos felices, anulando por lo tanto la intencionalidad del autor.
A lo largo del siglo XVIII ciertas ideas filosóficas fueron tomando forma y finalmente acabaron fusionándose y cuajando a principios del siglo XIX, en un movimiento llamado romanticismo.
Desde el renacimiento en adelante, el teatro parece haberse esforzado en pos de un realismo total, o al menos en la ilusión de la realidad. Una vez alcanzado ese objetivo a finales del siglo XIX, una reacción antirrealista en diversos niveles irrumpió en el mundo de la escena.
Origen del teatro
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